La droga del poder
La tentación a la permanencia en el poder es tan fuerte, tan atávica, tan primitiva, que se vuelve una droga placentera, por ello debe estar controlada por las instituciones de la civilización, de la legalidad pues de lo contrario la ley da lugar a la tiranía; no importa el ropaje democrático con la que pueda estar cubierta. No deja de ser el despotismo el que gobierna cuando unos pocos manejan las leyes a su antojo. Montesquieu decía que el poder es el que tiene que controlar al poder, de ahí la idea de la división de poderes. El estado es la sublimación de la fuerza para regirnos por la ley, el derecho es el mecanismo para gobernar a través de pactos y acuerdos que dan legitimidad a las medidas a imponer para llevar adelante proyectos que beneficien a todos. El contrato social que genero el estado de derecho, fue la voluntad general de poner en amparo de todos la seguridad de todos bajo la protección de algo mayor que nos coaccione a obrar sin dañar al prójimo, por eso la invención del estado es hijo de la racionalidad. Pero cuando no se respeta los principios republicanos de un gobierno, el sufragio universal con mecanismos que eviten el fraude, la alternancia en el poder, la igualdad ante la ley, la responsabilidad por los actos de gobierno, la libertad de expresión, la publicidad de su administración; el estado de benefactor a represor se transforma con un solo paso, una delgada línea entre el derecho y el abuso de poder que cuando se pasa, es como la grieta en una represa que por más pequeña que sea puede significar su destrucción, por eso es tan importante cumplir con las leyes buscando escuchar el espíritu con que fue sancionada no sus excepciones que suelen acomodarse al capricho de intereses mezquinos y primitivos, el gobierno que no respeta lo que promete, que no cumple con la ley se convierte en un gobierno peligroso que hay que tratar de evitar para poder vivir en paz.
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