Boton Rojo



Terminada la jornada laboral, se sentía satisfecho con su trabajo y con su vida, su salario le alcanzaba para darse los lujos que la publicidad le propone y que la mayoría no podía tener, ya sabía a qué universidad mandaría a sus hijos, había pasado cinco años en la universidad, se recibió con honores, leído muchos libros, había aprendido a apretar el botón rojo, las configuraciones técnicas e informáticas y la robótica hacían que el trabajo sea sencillo, aunque muchas veces por cuestiones de personal terminaba con gran stress. Pero a pesar de su sapiencia no podía comprender porque cuando salía del trabajo se encontraba con manifestaciones con pancartas en contra de su lugar de trabajo. Su trabajo estaba enmarcado en un proceso racional, estudiado a través de pruebas y errores, de varias generaciones, hacía años que lo realizaba, y lo hacía bien, estaba internalizado en él, todo cuestionamiento eran como golpes a su cuerpo. Él sabía que había márgenes de error, desperdicios tóxicos que eran derramados en el río de la zona, pero le parecía normal, todo cuerpo dinámico genera desperdicios, además lo justificaba con mil razonamientos, suele haber cierta connivencia con el que se siente en deuda. Empezó a estudiar cómo defender al botón rojo y escribió varios artículos, cada vez la vida le parecía más color rojo, las corporaciones vieron su potencial, lo nombraron director. Para ese entonces el botón rojo ya no solo era una manera de ganarse la vida, era una oportunidad de brindar un servicio la a la comunidad; se hizo amigo de los políticos de turno, cuando alguno lo criticaba, bastaba un par de palmaditas en la espalda para hacerlo amigo. Los que consideraban que el botón rojo era malo, eran declarados peligrosos y perseguidos de subversivos. Cuentan que hay otros que hacen su trabajo, tampoco se animan a cuestionar al botón rojo por temor a quedar sin trabajo, a ser perseguidos o a ser tildados de locos.


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