Israel y Palestina
Israel y Palestina así como tienen muchas diferencias, tienen muchas cosas en común, una de ellas es el odio mutuo, aunque las dos adoran al mismo Dios lo hacen con libros, rituales y tradiciones diferentes; esto los lleva a verse como enemigos, como amenazas vivientes, a poner muros, a matarse, en una existencia finita, corta a la que le agregan agresiva y hostil. Cuando el ser humano niega al otro, como ser único e irrepetible, sumergiéndolo en la nada, nunca podrá encontrar caminos que lo lleven a un punto de encuentro, a verse a la cara y reconocer en el otro a un ser humano, con los mismos derechos y obligaciones. La violencia es un tumor maligno que se expande por el organismo social y no para hasta exterminarlo, por eso al igual que este, hay que extirparla cuanto antes. Pese a que Dios les ordeno no matar, la defensa de sus rituales pareciera justificarlo, por más que esto vaya contra la voluntad de Dios. Si hay un Dios, todos somos hermanos, solo a Dios le compete decidir quién es mejor, quien tiene más mérito, no hay tierra predestinada más que la que tenemos para vivir y compartir, pues la tierra no es más que el escenario de la vida donde nos toca desenvolver un papel y donde debemos ganar nuestra alma alimentando nuestro espíritu de bellas experiencias, las que son el resultado del buen trato con los demás, no con muertes y odios. El desafío que nos dejo Dios no es ganarle a los demás, sino aprender a convivir con ellos, cuanto más diferentes mayor tolerancia y respeto debe haber. Pareciera que nuestra religión solo es una máscara con la que escondemos nuestros verdaderos intereses terrenales, con la que camuflamos nuestros egoísmos y fechorías, para pintarlas de agradables a los demás y a Dios, pero Dios es amor, nunca la guerra y la competencia desventajosa que niega al otro será la forma de encontrarlo.
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