Milei y el espejismo de la libertad
En la Argentina de 2025, la palabra "libertad" ha sido vaciada de contenido y convertida en una consigna de marketing político. Javier Milei, con su prédica liberal-libertaria, ha llegado a la presidencia impulsado por una ola de descontento, frustración y desesperanza. Su victoria, sin embargo, no fue la validación de un modelo económico racional, sino la consecuencia de una crisis de representación democrática. Como advertía Antonio Gramsci, “el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Las promesas vacías del dogma liberal
Milei prometió un país sin inflación, sin déficit, sin “casta” política, con seguridad total y libertad absoluta. Pero, como ocurre con toda utopía basada en simplificaciones, la realidad fue otra.
Propuso una dolarización sin reservas, un plan tan inviable como prometer agua en el desierto sin tener un pozo. Esta inconsistencia se fundó en una falacia de base: creer que el mercado se autorregula y que “la mano invisible” solucionará todos los problemas. Adam Smith nunca defendió un mercado sin reglas ni sin Estado: su liberalismo clásico se basaba en una moral compartida, no en la anarquía mercantil.
El ajuste fiscal que implementó, lejos de "curar" la economía, la asfixió. Eliminar subsidios al transporte y combustibles provocó aumentos que impactaron directamente en los sectores medios y bajos, aumentando la desigualdad. Como decía Amartya Sen, “la libertad económica sin equidad es otra forma de dominación”.
Contradicciones morales y políticas
Milei aboga por la libertad individual, pero propone eliminar el aborto legal y la educación sexual integral. ¿Qué tipo de libertad es la que niega a las mujeres decidir sobre sus cuerpos? Esta es una contradicción flagrante entre el discurso libertario y el autoritarismo moral que profesa.
La libertad no puede ser selectiva. No puede aplicarse al mercado y negarse en lo personal. John Stuart Mill, uno de los pensadores liberales más influyentes, decía que “la única libertad que merece ese nombre es la de perseguir nuestro propio bien a nuestra manera, siempre que no intentemos privar a otros del suyo”. Milei ha convertido ese principio en un callejón sin salida: libertad para portar armas, pero no para educarse libremente; libertad para vender órganos, pero no para acceder a una salud pública.
El uso instrumental del Estado
Mientras repite que "el Estado es una organización criminal", Milei concentra poder con decretos, busca disciplinar al Congreso y al Poder Judicial, y propone cárceles privadas donde los presos trabajen sin salario. Lo que comienza como una denuncia contra el Leviatán termina en su reproducción más brutal.
Michel Foucault alertaba sobre el uso del poder disciplinario como forma de control social encubierto. En nombre de la libertad, Milei implementa un modelo que legitima la exclusión, normaliza el castigo y fragmenta a la sociedad. La idea de reducir el Estado no es más que un truco retórico cuando se reemplaza el bienestar por la represión.
Relaciones internacionales: entre el delirio y la dependencia
Otro rasgo llamativo del plan mileísta fue su promesa de romper relaciones con China y Brasil, nuestros principales socios comerciales, mientras aseguraba que atraeríamos inversiones. Esta es una falacia lógica elemental: se exige confianza del mundo mientras se dinamita el tejido diplomático. En un sistema global interdependiente, la soberanía no es aislamiento. Es negociación. Es construcción de alianzas. Hannah Arendt lo expresó con claridad: “el poder nunca reside en un individuo; pertenece a un grupo y existe sólo mientras el grupo permanece unido”.
Educación y salud: la falacia del voucher
La idea de reemplazar la educación pública gratuita por un sistema de vouchers no solo es regresiva: es directamente una receta para profundizar la desigualdad. En países donde se aplicó, como Chile, el resultado fue un sistema segmentado, donde la calidad depende del ingreso. El mismo destino corre la salud cuando se plantea arancelar prestaciones y eliminar la cobertura estatal.
Aquí aparece la verdadera cara del liberalismo mileísta: no es libertad, es mercado. No es igualdad de oportunidades, es selección por capacidad de pago. Como diría Karl Polanyi, “la idea de un mercado auto-regulado es una utopía que inevitablemente desemboca en el colapso social”.
¿Por qué ganó Milei?
Milei no ganó por sus ideas, sino por el vacío de sentido de la política tradicional. Canalizó el hartazgo con una narrativa simple: “la casta contra el pueblo”. Su éxito radicó en la emocionalidad, no en la racionalidad. Emocionalidad que fue trabajada por los medios de comunicación y mensajes en las redes. Como advirtió Umberto Eco, “el fascismo eterno puede volver con un rostro de libertad, exaltando la voluntad del pueblo para eliminar los derechos del pueblo”.
Conclusión: La libertad que encadena
El liberalismo extremo que predica Javier Milei no es libertad: es desamparo. No es autonomía: es desregulación brutal. No es igualdad: es privilegio para pocos. Se trata de una falacia vestida de bandera. Un espejismo que promete liberación, pero nos condena a la ley del más fuerte.
Si la democracia no se reconstruye con justicia, si la política no recupera el sentido de lo común, el vacío será ocupado por discursos cada vez más autoritarios. La historia nos lo advierte, la filosofía lo desnuda, y la realidad lo confirma.
Porque, como decía Simone Weil, “la libertad no es el derecho a hacer lo que queramos, sino el deber de hacer lo correcto”.
Comentarios
Publicar un comentario