La era del individuo Tirano
El filósofo Eric Sadin escribió un libro llamado la “Era del individuo tirano”, cree que hay una condición inédita por la destrucción de todo cimiento común entre las personas, dejando seres individuales descreídos de la política y movilizados por la ira y el resentimiento. En 2010 se produce un cambio que no se evidencia tanto en las estructuras como en los cuerpos de las personas, las miradas, gestos, tensiones, violencia verbal, sensación de malestar; se presta una desconfianza a las instancias de poder de todo tipo, político, organizaciones internacionales, medios de comunicación, todo acompañado al rechazo de la democracia representativa, con un apasionamiento por figuras que se valen en general de la agresión. El primer reflejo de la época consiste en subrayar la insolvencia del neoliberalismo, evidenciada por el aumento de las desigualdades, la precariedad creciente, el retroceso del estado de bienestar, al principio de solidaridad, esto acompañado del descrédito de los políticos, el caos migratorio y el desastre ecológico, con una gran sensación de desconfianza. Todo este panorama va gestando una nueva condición para el individuo contemporáneo, que es la culminación de más de dos siglos de una doctrina política y filosófica, el individualismo liberal. Generando una atomización de los sujetos incapaces de generar entre ellos lazos constructivos Y duraderos da paso a una clase política del sujeto, que niega lo político, surge el totalitarismo de la multitud, una tendencia a que los individuos se vean como entidades cerradas, replegadas sobre su propio esquema de creencias, haciendo prevalecer su propio punto de vista, lo que conduce a formas de anomia y rabia. La búsqueda de beneficios generó una encarnizada competencia entre seres humanos por el interés individual, lo que adquirió rango de verdad insuperable. Al final de la segunda guerra se adoptan políticas keynesianas decididas a trabajar por el bien común, que garantizaría la economía de mercado y provocaría una redistribución de riqueza más justa. En 1960 entramos en la sociedad de consumo que prometía que el esfuerzo traería recompensas. El individuo quiere manifestar el poder de decisión a partir del consumo, lo que trajo una despolitización, en el sentido de no implicación en la organización de los asuntos comunes, la cultura del placer, generando un retroceso de la conciencia crítica, la sociedad del espectáculo. En 1970 hubo una crisis del petróleo, se abre el fenómeno de la competencia global y la deslocalización, los gobiernos que se pensaban que defenderían a las personas se mostraron impotentes, generando desencanto en la población y su representación política. El keynesianismo se mostró incapaz de acompañar la crisis. A 1974 Friedrich Hayek gana el nobel de literatura, Margaret Tacher asumió el cargo de primer ministro de gran Bretaña y propone terminar con el ideal de armonía social al que acusa de promover el desorden y pone punto final a las restricciones que supuestamente habían reprimitdo el poder de iniciativa propia del individuo liberal. “No hay alternativa” sentenció. En 1990 ¡Solo hazlo! el lema de una marca, mostraba el espíritu de la época, que comienza a infiltrarse en las creaciones tecnológicas; la web 2.0 nos conecta con el mundo, lo que genera una sensación de ciudadanos más activos, conectados e independientes, el celular, se convierte en un centro que da poder a las personas que consideraron que se podía manifestar su desacuerdo y su ira a través de las redes; las nuevas técnicas de comunicación podrían traer mayor transparencia; paralelamente se fue imponiendo un modelo económico que pretendía poner en superficie un fenómeno de inestabilidad permanente, que con los excesos del liberalismo, la precariedad, el agravamiento de las desigualdades, el retroceso de los servicios públicos, el desastre ambiental, y la pulsión frenética por el crecimiento, los seres humanos abatidos por la angustia e invadidos por la ira, están dispuestos cada uno a comprometerse en la batalla de su propia opinión, que elimina el debate de ideas entorno de grandes causas para ser reemplazado por micro ideas, llamados a no conocer nunca un final. Esta dinámica nos deshace como seres actuantes mientras se derrumban los servicios públicos y retrocede el principio de solidaridad. En este marco de las desigualdades se produce la gran genialidad de la economía, hacerle creer a todo el mundo que se encontraba con dispositivos que le aumentrían el control sobre su vida personal, ocurre en medio de la ruptura de confianza entre gobernantes y gobernados. El dominio de la propia autoridad, el colectivo común se ha fisurado, por individuos que pretenden tener derechos, eso que hace dos siglos se llamó sociedad, se ve reemplazado por una individualización del mundo a gran velocidad, y es difícil no presentir que anuncia el derrumbe de nuestro vital mundo común. Se produce otro fenómeno: se hace habitual afirmar hechos sin que necesariamente se correspondan con la realidad o pruebas suficientes. Se trata del nuevo advenimiento de una sociedad de expresión, que ya no se sostiene en el deber moral de referirse a una veracidad constatada, se impone la noción de post verdad, surge el fenómeno de fake news, subjetividades revanchistas equipadas con herramientas que permiten construir el propio relato de las cosas. Esta lógica contribuye a exacerbar las frustraciones, las convicciones de clan, la desconfianza de todas las partes. Los principios de pluralidad y conflicto, propio de lo político son suplantados por el principio de los antagonismos inconciliables, no estamos frente a una fractura social, sino frente a un fenómeno inédito la imposibilidad de anudar acuerdos, de hacer sociedad. Nos enfrentamos al odio contra el orden mayoritario ya que todo lo que de él se deriva se considera parte de un proyecto abusivo. Esto es lo que llevó a algunos partidos políticos progresistas a desviarse de sus objetivos de cohesión social para volcarse en la defensa de múltiples reivindicaciones particularistas. Esto genera una sordera entre los seres humanos, sólo preocupados por el objetivo de construir sus propias visiones del mundo, alimentando una peligrosa fragilización del edificio democrático. Esta tendencia implica dos peculiaridades que terminan en situaciones irreparables, en primer lugar favorece los fenómenos de parcelamiento de la sociedad y en segundo lugar a no considerar más a la esfera común como el espacio real para establecer condiciones en que cada persona alcanza su beneficio. Si estás lógicas de fragmentación, no dejan de agravarse vamos a pasar de los mecanismos de aislamiento y competencia mutua entre los seres humanos que caracteriza el giro neoliberal del siglo XX a reacciones crecientes de repliegue identitario y a un desborde de juegos competitivos entre grupos de pertenencia que podría derivar en separaciones belicosas. El discurso de odio, la reafirmación sin freno de uno mismo y la deslegitimación de la palabra del otro se erigen las reglas dominantes de los vínculos, que llega a negar toda palabra del otro, un giro que impone un divorcio entre los individuos y el ordenamiento colectivo. Se desmorona el principio de autoridad, toda instancia de poder es considerada relativa y justificadora de un orden inequitativo. Se genera a velocidad acelerada una nueva fábrica de convicciones porque hay un goce secreto de sentirse parte del lado prohibido contra la doxa dominante. Se genera un rechazo del sistema económico y político de esta época, generando ira, que se multiplica a través de las redes sociales, provocando una sensación de ingobernabilidad permanente, de la rabia de la sensación de haber sido engañados, surge un ethos inéditos una posición individual, es casi imposible hacer justicia con los millones motivos de rencor que sienten millones de personas, que se conduce por en el individualismo liberal que condujo a una fragmentación creciente de la sociedad que ha perdido el atractivo, pero ha dejado seres aislados con una voluntad feroz de levantarse contra el orden mayoritario. La división se da entre los satisfechos por el orden de las cosas y los que no quieren suscribir a ese orden, no logran hallar una conducción política unificada, que las encauce ( o son pasibles al engaño). Originando una crisis de lo político, que genera una desconfianza, con los representantes electos, sindicatos, corporaciones y medios de comunicación, se da por sentado que todo principio de delegación condujo al marchitamiento de los propios derechos. En este panorama existen personajes con tendencias autoritarias, que llegaron al poder ya que parecían satisfacer a franjas de la población humilladas, alimentando un espíritu revanchista. Milei representa el narcisismo patológico que mencionaba Freud, el de un individuo que se considera herido y que no escucha ni a su propia ley. Esta fascinación en las masas proviene de un efecto espejo de un innumerable número de personas. Para la gente es como tener un doble que detenta un poder infinitamente superior. Hoy vivimos el oxímoron de un aislamiento colectivo. La afirmación de que cada uno solo cuenta con uno mismo, contribuye a gestar diversas maneras de alejarse de los otros, cada cual se mueve en una burbuja virtual, estamos ante un estado de crispación extrema de la psique colectiva, que en cualquier momento puede convertirse en una tempestad. La tiranía puede ser asunto de la mayoría, estaríamos frente al totalitarismo de la multitud, un fascismo que no está regentado por un partido autoritario sino por un estado espiritual difuso, que siembra la idea que no debe imperar la ley vigente sino la ley de los que se sienten ultrajados, de individuos que se someten a sus propias creencias obstinados a obtener su parte. Solo nos queda insistir en volver a darle sentido al único imperativo que vale, por un orden más equitativo y armónico entre cada ser y el orden colectivo. Tratando de establecer lazos fecundos por medio de las instituciones desplegadas, pero no hay nada que se pueda establecer sin conflicto. Por un lado los que dejan hablar a la propia ira los movidos por la pulsión de destrucción y por el otro a los que ponen su energía en apaciguar los desbordes de rencor y odio; los que tienen la esperanza de que se puede construir un sociedad más digna para todos.
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