Los ingenieros del caos: cuando la política se convierte en laboratorio de emociones

 


En Los ingenieros del caos (2019), Giuliano da Empoli expone que la política ya no se libra en los parlamentos ni en los debates televisados, sino en el campo inasible de las redes sociales, en los foros digitales y en los algoritmos que modelan nuestra atención. Steve Bannon, Donald Trump, Matteo Salvini y otros líderes populistas han sido los beneficiarios visibles de estas técnicas, pero detrás de ellos hay técnicos y consultores que han entendido una verdad incómoda: en la era digital, la indignación es el recurso más rentable. donde lo decisivo no es convencer, sino emocionar; no es construir consensos, sino polarizar; no es gobernar con estabilidad, sino administrar el caos. El “flood the zone with shit” de Bannon —inundar el espacio público de basura informativa— resume esta estrategia. La confusión permanente desarma a los medios, debilita a la oposición y deja al ciudadano común atrapado entre versiones contradictorias. En esa niebla, la figura del líder fuerte aparece como el único faro. Los ingenieros del caos han descubierto que el enojo, el escándalo y la conspiración viajan más rápido que los argumentos razonados. Y las plataformas digitales, con sus algoritmos de recomendación, refuerzan este ciclo. El resultado es un ecosistema donde lo viral se impone sobre lo verdadero, y donde las democracias liberales aparecen siempre un paso atrás, incapaces de responder con la misma velocidad. El caos, que durante siglos fue visto como amenaza al orden político, ahora se convierte en la condición misma del poder. Platón soñaba con un gobierno guiado por la razón, Maquiavelo entendió la política como arte de la prudencia frente a la fortuna; los ingenieros del caos, en cambio, han descubierto que es más eficaz gobernar la tormenta que pretender calmarla. En esta nueva lógica, la verdad objetiva pierde peso frente a la eficacia narrativa. El ciudadano no es un sujeto autónomo que delibera, sino un nodo emocional que responde a estímulos. La política, así, deja de ser un espacio de construcción de sentido común para transformarse en un laboratorio de manipulación afectiva. Si las democracias no logran reinventarse frente a esta disrupción, corren el riesgo de ser colonizadas por una política de mercenarios emocionales, donde la gestión del caos reemplaza al arte de gobernar. Para quienes quieran comprender por qué la arena pública ya no se parece a lo que conocíamos, y cómo, bajo la apariencia de libertad digital, se juega hoy la batalla por nuestras emociones y por nuestras democracias.


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