Guerra Religiosa
La guerra con
origen religioso debe tener una solución religiosa. Hacemos a un Dios a la
medida de nuestros intereses y deseos que del verdadero no queda nada; esa
excusa es muy perversa, el poner a Dios de nuestro lado. Es más fácil atarse a
las creencias que mirar a la verdad a los ojos, amarrados a la letra de la ley
petrificamos al corazón. Aunque es verdad Dios pone los ojos en un linaje, en
el linaje de la gente que presta servicio a los demás. La tierra que Dios
quiere que cultivemos es la tierra del corazón, para dar buen fruto debemos
abonarlo con buenas obras, empezando por respetar al prójimo, así, quizá podamos
vislumbrar un poco de la grandeza de Dios. Cuál es la solución al conflicto en
Franca de Gaza. La convivencia. No hay otro. Quien desea vivir debe aprender a
convivir, desde niños sobrevivimos gracias a nuestros padres que nos cuidaron,
lo que demuestra nuestra fragilidad y alteridad; que a su vez es la fortaleza
de nuestra especie. La tolerancia, el entender al otro como diferente y
respetarlo en su individualidad e idiosincrasia. Los muros son buenos entre
vecinos, pero no entre pueblos. Porque la cultura, como los genes, mientras más
se mezclan más se enriquecen. Los muros de piedra no pueden separar los
sentimientos del corazón, aceptar al otro es el principio de la convivencia;
allí donde se lo acepta, se lo conoce,
se pierden los miedos, aparecen más las semejanzas que las diferencias y brota
el reconocimiento de sus derechos como persona. Así como la flor no puede
crecer entre piedras, la amistad no puede crecer entre corazones de piedra. La
amistad, palabra que encierra el misterio del ser humano, a lo mejor sea nuestro
propósito en la tierra, volvernos amigos de Dios y amigos del otro, empezando
por la familia y volcando sentimientos positivos a la sociedad donde vivimos,
donde la nación, como la familia debe servirnos para entender mejor al otro no
para negarlo, encerrarse en un Gueto es tan egoísta como querer destruirlo. El
perdón, poner las manos en el arado y mirar para adelante, dejando atrás los
odios y rencores, la furia disminuye nuestra humanidad, nos asemeja más al
primate que al creador; somos imagen y semejanza suya, es perdonando como lo glorificamos.
No es fácil e ahí el mérito, porque si respetamos a los que nos respetan y
perdonamos a los que nos perdonan, esto lo hacen hasta los malvados que se ríen
de su ignominia. Respetar a los que nos
ultrajan es poner brazas sobre nuestra cabeza. Dios bendice a los que
bendicen, espera a los que maldicen que
un rayo de sol ilumine su corazón de piedra y quite las escamas de su
indiferencia abriendo sus pupilas a la belleza que nos rodea. No hay guerra
donde se respeta la vida, no hay guerra donde reina la alegría.
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