
Monsanto demandó al granjero Hugh Bowman en Estados Unidos por violar su derecho intelectual; prohíbe a los campesinos utilizar la cosecha a base de las semillas que ha modificado para una nueva siembra. Los granjeros deben comprar nuevas semillas año tras año, lo mismo que hacen los estados con las deudas externas y sus altos intereses. Bowman primero compró semillas de Monsanto, luego cambió de decisión a favor de unas más baratas destinadas para la alimentación y otros usos; que compró en el granero local. En este juicio Hugh Bowman no solo se representa a sí mismo, sino también a cientos de agricultores que se enfrentaron a una situación similar. El Centro para la Seguridad Alimentaria y el grupo Salvemos Nuestras Semillas ha publicado un informe que pone sobre la mesa 142 demandas por infracción de patentes contra 410 agricultores y 56 pequeñas empresas en más de 27 estados a partir de diciembre de 2012. El informe también revela el predominio de las grandes empresas y sus cultivos genéticamente modificados en el mercado de EE.UU. e internacional, poniendo de relieve que el 53% del mercado mundial de semillas está controlado por sólo tres empresas: Monsanto, DuPont y Syngenta. Lo que permite a las empresas privadas reivindicar la propiedad sobre un recurso que es vital para la supervivencia y que, históricamente, ha sido de dominio público. Se puede modificar los alimentos, lo que representa un peligro para toda la humanidad, pues la naturaleza es sabia y sabe cómo superar los obstáculos, ya hay casos de contaminación genética con el maíz natural por ejemplo, sin indemnizaciones por parte de los responsables hacia las poblaciones de campesinos afectados. Antes de la revolución verde había más de 5000 especies de papas hoy apenas se cultivan 4 variedades, de esta forma se pierde riqueza genética; esto es un costo para toda la humanidad, las ganancias también deberían serlo. Por lo que patentar los alimentos es como querer cobrar una tasa por el aire que respiramos, es un capricho jurídico que enriquece a unos pocos y empobrece a muchos. Falta ahora que a las Iglesias se les ocurra cobrar patente por todas las cosas que ha creado el ser supremo, puesto que como son los representantes de él en la tierra podrían hacerlo, lo que necesitan es un fallo a su favor.
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